Friday, July 07, 2006

Antología


Editorial Ciudad de Lectores, Buenos Aires, 2006

Edición a cargo de Félix de la Paolera, Pedro Mairal,
Alejandro Crotto, Enriqueta Racedo y Marcos de Soldati







Contratapa


En una de sus cartas, Emily Dickinson dejó escrito que publicar no es parte esencial del destino de un poeta. Nunca sabremos si César Mermet conoció ese hoy escandaloso dictamen, pero su vida lo confirma. Prefería soñar, escribir y corregir eternos borradores. He conversado algunas veces con él; no me dijo que era poeta. Sé que era un curioso lector; su memoria estaba poblada de versos. Quizá pensara que publicar es resignarse a un texto definitivo. No diré que fue un gran poeta porque, en este caso, el epíteto disminuye al sustantivo. Diré algo más; diré que fue plenamente un poeta.

Jorge Luis Borges

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Solapa

César Mermet nació en 1923 en Malabrigo, una ciudad al norte de la provincia de Santa Fe. Su infancia transcurrió en distintas ciudades del Litoral. Escribió sus primeros poemas a los veinte años en Paraná. Luego de vivir unos años en Mendoza, se casó y se radicó en Buenos Aires donde tuvo dos hijos. Trabajó en televisión, en radio y publicidad. César Mermet vivió al margen del ambiente literario y al morir en 1978, a los cincuenta años, no había publicado un solo libro. Sin embargo había dedicado su vida a escribir una de las obras más deslumbrantes de la literatura argentina.


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Contrasolapa

Títulos para el plan de publicación de las obras completas de César Mermet:

Nadador del estío (1941-1956)
El pan (1957-1962)
Maneras de ausencia (1936-1966)
Malabrigo (1967)
Callarse la naranja (1968-1971)
Los tres caballos (1972-1977)
Yo no estuve allí (prosa) (1941-1977)


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Nota preliminar

Una semana después de la muerte de César Mermet, su viuda, Blanca Martínez, me hizo llegar unas voluminosas cajas de cartón que contenían toda la producción literaria de César. Eran mas de dos mil quinientas páginas mecanografiadas e inacabablemente corregidas, con entrelíneas y márgenes manuscritos, flechas que indicaban que las correcciones proseguían al dorso de la hoja, tachaduras, palabras optativas superpuestas, versos intercalados, signos de interrogación que inducían a pensar en una versión provisoria de algunas palabras, fragmentos de poemas cuyo texto, quizá definitivo, aparecía al cabo de diversos borradores.

Abruptamente, me vi ante la afortunada instancia de tener que repetir la tarea de Max Brod, aunque en este caso debía enfrentar escritos más indescifrables y tentativos que los de Kafka. Entendí que no podría encarar a solas un trabajo cuya magnitud habría requerido la dedicación -y el esfuerzo- de algún departamento universitario o de un instituto especializado en poesía. Le transmití esa preocupación a Pedro Mairal, quien conocía y admiraba parte de la obra de Mermet y, juntos, buscamos otros colaboradores idóneos que se personificaron en Alejandro Crotto y Enriqueta Racedo, ambos también poetas.

Diría que, si bien el compromiso era harto exigente, todos ellos lo encararon con la pasión y el entusiasmo que representaba ingresar a una sorprendente literatura casi inédita. Me refiero aquí al feliz encuentro con procedimientos ejercidos en forma dispersa y eventual por algunos poetas contemporáneos, aunque utilizados con tal asiduidad en la lírica de Mermet, que configuran la clave de su estilo. Así, por ejemplo, el frecuente empleo de lo que podríamos llamar parametáforas, es decir, el uso de las imágenes que desbordan lo comparativo, el como, y que son otra manera de nombrar lo esencial de la cosa descriptiva, eso que, sin duda, es: “Era una verdad simple y total, un pan, un pan recién horneado”.

Así, también, su exaltación de lo sensorio, de la textura sustancial de los objetos, esa fenomenología de la materia que devela su íntima consistencia y que, lejos de significar una actitud prosaica, mitiga el abuso de una “espiritualidad” que suele ser proclive a la sensiblería. Mermet disfrutaba de la vocación metarialista presente en algunos sonetos de Shakespeare, en los haiku, en las églogas de Pedro Soto de Rojas, en los versos de Miguel Hernández, Pablo Neruda, Francis Ponge, e igualmente en tantas páginas de las novelas de Proust o de Alejo Carpentier. Por eso escribió: “...la sandía es dispendiosa de semillas, juega, derrama, munificiencia pueril y silabeo excedido y salivada siembra...”

En 1962, uno de sus poemas se tituló “El dios de mi país”; en 1963, redactó “Shopping center”; en 1971, otro se llamó “Titanic”, todos ellos anticipos proféticos de temas que años después tendrían efímera (o duradera) actualidad.

César Mermet solía decir que yo era su único lector; tal vez fuera así, aunque ello se debía a una decisión suya, pues dos veces desistió de publicar algunos poemas que juntos habíamos elegido y revisado. Ahora, el fervor de otros poetas hará posible que ese único lector se multiplique, y el goce de esa espléndida escritura, más que restringido, acaso llegue a ser unánime.

Félix della Paolera.

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Índice de poemas

Honrosa servidumbre
El dios de mi país
Tréboles con perlas
Félix Culpa
El muerto y el tiempo
Ríe de voz desnuda
Ciudad capital
Heladero en la siesta
La selva clara
Doña Camila de los gatos
Titanic
Palomas en primavera
De tanta amada claridad, caídos