Thursday, September 09, 2004

Estación en el sueño


Ahora que te miro
acodada en el cuadro
insomne y encendido de tu tren destinado,
ahora que contemplo
desde mi viaje destinado y oscuro
cómo te desplazas, cómo me desplazo,
ahora que presencio, perplejo del corazón,
el suave, inexorable desencuentro
de nuestros grandes rostros frontales a la noche,
ahora que estoy viendo
cómo despierta el tiempo,
cómo se mueve el aire inmóvil del milagro
sin saber si soy yo o eres tú quien lentamente parte
en paralela, deslizada pérdida y flotante sigilo,
ahora que estoy perdiéndote
-ah despaciosa, prodigiosa desgracia en marcha-
ahora que termina esta estación en el sueño,
este delirio de la vigilia,
estas maniobras numerosas,
estas luces cifradas
que amonestan con guiños rítmicos
a quienes se contemplan iluminándose
en un cruce de esquemas
en un equívoco feliz de horarios
entre azar y destino.
Ahora que estás todavía al alcance
de la desnuda vara de esta elegía,
escucha, escucha, escúchame
sonámbula, soñada,
despierta, baja, vuelve,
antes que los silbidos estridentes
declaren a lo lejos que el viaje recomienza
con su chirriante coro de doliente obediencia.
Escúchame y despierta,
no prestes fe a la magia gradual del infortunio,
no creas al prestigio del movimiento,
ni a la aceleración inerte de la costumbre.
Ahora comienza el ruido grande, el ruido encadenado,
pero escúchame,
si no fue verdadero este diálogo en el margen
tampoco es cierta la partida,
y toda articulada sucesión es falsa.
Todo es mentira, escucha, todo es mentira
salvo la crédula verdad de nuestros engaños
deslumbrándose quietos en la pausa.
No partas, escúchame, despierta,
despiértame si parto;
no creamos a la aviesa persuasión del infortunio,
aquí probablemente debiéramos haber bajado,
es en esta estación donde amanece,
este desvío solitario fuera de los grandes tramos
donde el suspenso viaje tomó silencio y agua,
es el justo kilómetro del alba,
un paraje de sombra en primavera
salpicada de jilgueros como de rocío,
donde un caballo y una flor de alfalfa
interrumpen los rieles para siempre.
Aquí debiéramos haber bajado.

Escúchame mientras puedas, pasajera,
no creas que son dioses
los pequeños operarios con linternas,
no otorgues potestad al ojo ciego del semáforo;
todas las señalaciones del destino
operan por delegación de nuestros poderes
y por mansa convención hace tiempo olvidada,
para mayor salud del cielo
y por el plácido sueño de los sometidos.

Y sin embargo, mira
cómo te desplazas, cómo me desplazo,
qué desconcierto de las referencias,
qué vértigo suasorio,
qué inmóvil alejarse,
qué traslación astuta,
qué convicción oblicua
de ir para nunca,
mira cómo se estira al sesgo
la perfecta pausa frontal en que nos contemplábamos.

Ay pasajera insomne,
¿no me dirás al fin
cuál de los dos trenes es el que parte?
¿Quién de los dos dudó,
que puso en marcha al sino?


César Mermet
1963