Thursday, September 09, 2004

El paraíso

Intenso, venidero, el árbol alto y solo
con majestad navega intacto tiempo;
en contra, el año avanza un terso instante
repitiendo las hojas sin moverlas;
entre oscilantes ramas el ahora
transparenta la cáscara del vuelo
y sopla en el plumón siguientes cielos.

Eternos pájaros la curva huella surcan,
buscan el quieto tránsito del mucho día,
velocidad suspensa tejen, cúpula-estela,
danza y escolta, sobre la progresión
absorta de la fronda en la flotante tierra,
a través de las anchas estaciones.

El árbol crece, en torno de su gloria
genera azul la copa espacios sucesivos
y en verde y cielo dura enorme siglo,
dispendio jubiloso, iluminada multitud sonora.

Enjambres de sí mismo, el árbol deja
encandilante bosque en la memoria,
un clima como nunca de jilgueros,
un para siempre fresco
rocío del oído.

Paterna duración, temprana voz,
merced a la redonda,
inclina, mueve, canta y llueve
sombra de la promesa
el árbol sobre el hijo,
que a su perpetua calma inmóvil yace
ya casi, o ya tal vez, vivido.

Tiempo y altura, dicha y vértigo en flor
colman su nada, sus ojos desbordados,
su voluntad perpleja, su vida consumada
en torno al entusiasta,
al múltiple esplendor andante,
al paraíso ausente,
al oreo mortal de una alegría excesiva;
talada, ardida fragata matutina,
perenne, derivando, florecida.


César Mermet
1969