Thursday, September 09, 2004

El pan


Supe de pronto que en ese pan estaba la respuesta,
que el pan era respuesta.
Pero en el mismo instante supe
que era necesario preguntar al pan con todo el cuerpo,
con el peso caído del alma,
que debía preguntar al pan haciéndome respuesta,
echándome con todo el ser
al acto que pregunta; y que a la vez responde.
Sentí:
hay que actuar algún vínculo,
inventar los actos,
cumplir pasos del pan,
vinculándose al pan con ceremonia,
con creencia y esperanza, dádiva y entusiasmo,
diálogo y rito y amorosa contienda.

Primero compré el pan.
Lo palpé, lo sopesé,
aspiré el aroma de su entrañable miga,
luego pagué por él lo que valía.
Sentí en lo que pagaba claramente un cumplimiento.
Y una alegría de pagar por su valor sentí,
de hacer liviano sacrificio,
fácil pero significante.
Pagué un sustancioso real, concreto
tanto por tiempo
de mi tiempo, de mi dura soldada,
transformando el sonoro, alegre níquel,
en mi derecho a la pregunta.

Lo conocí en la forma, en el crujido,
en el color y el tacto del crujido,
y en el silencioso, amortiguado
corazón de su muy blanda entraña,
y en el peso exacto de su tamaño;
y en sus cabales relaciones
respiré el olor de ese tierno, sencillo, común y único pan,
un tanto más liviano de cuerpo que de alma.

Y con el pan envuelto bajo el brazo
salí a la lluvia, como recién naciendo.

Caminé por donde el pan lo quiso.
Puesto que el pan era respuesta y yo pregunta,
puesto que el pan era constante,
inmóvil claridad palpable,
pero inestable, inquieto, mi confuso misterio.

El pan me guiaba.
Pensé, temí, lloré, canté bajo la lluvia
con el pan bajo el brazo,
como si llevase a pasear por la ciudad purificada
mi propio nacimiento.
Y olía con el aliento grave
de la tierra prometiéndome en invierno,
el denso olor del pan,
perdiendo a cada cuadra desvalida tibieza.
Ejercité humildad, comprensión y recuerdo,
tenso asedio, la exactitud y el ímpetu.
Y anduve manso como el pan lo quiso.
Así, charco que salpiqué
y esquina que doblé
y barrio que exploré,
todo me fue ordenado por el pan replicante
para ir haciéndome pregunta digna,
madurado enigma, en la obediencia.

Y era fácil y bueno obedecerle
puesto que el pan permanecía
desde siempre cabal en su sentido,
y era claro que así mismo sería cuando yo cesara.
Y siempre había tenido la respuesta en su blanca entraña,
y ahora mismo estaba siendo absoluta respuesta.
La solución era oscura y necesaria.
El problema era claro, caprichoso y superfluo.

Lo primero que me fue dicho
por el sabio peso del pan sobre mi brazo,
fue que este pan no significa,
es simplemente, este pan tibiamente es.
Y lo que este pan pueda ser
yace en mi carne, no en su sensata ternura,
no en su miga.
Pero tampoco en ninguna ingeniosa operación del discurso.
No había más que blanca miga; dócil, buena miga,
olorosa miga, pensativa, lenta miga.
Y una noble corteza resquebrajada.
Lo que esta miga sea
no está sin embargo en el amable pan;
ni en su tostada corteza,
ni en su blando corazón fragante.
Lo que esta miga sea mi carne lo conoce.
Pero lo ha olvidado.
Y detrás de ese olvido camino bajo la lluvia
con el pan bajo el brazo.

No significa, es,
mas lo que fuera, soy;
él es en mí, yo soy en él,
y frente a frente y tacto a tacto,
y frío contra tibieza,
nos corroboramos.

No era la añorada infancia.
No era un sabroso recuerdo.
No era una fabulación caprichosa de la melancolía.
Porque igualmente era esperanza,
y un poco de destino bien amasado,
un trozo bien cerrado, bien cocido
del misterio del mundo, en su evidencia revelada.
Lo que ciertamente era seguro es que no era un signo,
no era una cosa suplantada por un sentido,
ni era meramente cosa.
Era lo que la cosa revela, entrega y emana,
suscita, provoca y concita
cuando se hace hondamente visible,
totalmente palpable, para el amor vidente y sapiente.
Era una verdad simple y total,
un pan, un pan recién horneado.

Era un pan,
algo para mirar y comprender y amar
y luego para comer.
Era la esfinge más casera y liviana,
llevadera, familiar y sencilla:
todo el enigma y toda la verdad de un alimento antiguo
y todas las respuestas a mis muchas hambres.

El pan bajo mi brazo
conmigo se echó a andar, esperanzadamente.
Bajo mi brazo el pan, conmigo a cuestas,
con mi tibieza efímera apagándose
bajo la rigurosa lluvia.
Apretado a mi devoción exigente,
junto a mi denso hálito de hombre
que por toda su abierta miga emana su pregunta.
Contra mi indócil miga, mi oscura miga,
mi mala miga, tan pesada,
tan elásticamente cruda al sobresalto.

Supo por fin el pan llevarme a casa,
adivinando mi camino
por el más largo, helado y revelador itinerario.

Y aquí estamos, el pan y yo, enfrentados,
el pan sobre la mesa
y yo callando con insistencia mi pregunta.

Es fácil decir “cómelo y sabe”,
“si lo comes te será revelado”.
Comí todos los días de mi desorden
y esta vez me alimento de este pan que contemplo.

Hay un teléfono en el diario:
"Sacramentos de urgencia se administran”

Sacramento…
¿Este pan es quizás sacramental objeto
de mi paciencia, de mi ignorancia,
de la humildad de mis ojos y mi tacto?

Me quedaré frente a su kilo de pureza
hasta que yo le pese al mundo
lo que el pan a mi mesa:
su peso bondadoso es gentileza.
Me quedaré privándome y nutriéndome
hasta transparentar la zona
entre el pan y mi habladora carne,
hasta aquietar mi palabra movediza,
hasta amasarla en su nutricia miga.
Hasta ser nutricio, benigno y no agrio
ni para mí ni para nadie;
hasta que se me entienda
como a una evidencia suficiente
sin hablar, con sólo ser, estar, pesar, durar
en el espacio y el suceso.

¿Qué haré ahora, pensando, desvalido, solo,
frente a un melancólico pan mojado,
a un modesto sacramento decaído?

Por los ojos, los huesos y la sangre,
la palabra y el silencio comulgo,
frente a este pan mojado.
Mas lo único que no haré será comerlo,
porque privarme del tristísimo sacramento apagado,
porque privarme del frío sacramento,
tristísimo por mi causa,
es esta noche comulgar carencia,
comulgar con la derrota,
comulgar con el fracaso,
comulgar con la esperanza,
en este pan mojado, triste y revelado.


César Mermet
1959