Saturday, December 10, 2005

Reseña en Perfil

Diario Perfil, Cultura, 10 de diciembre de 2006

El trabajo interminable del poeta amateur

Antología
Autor: César Mermet
Género: Poesía
Editorial: Ciudad de lectores, $30


Por Alejandro Rubio

César Mermet nació en Santa Fe en 1923 y murió en Buenos Aires en 1978. Trabajó en publicidad, radio y televisión. Aunque escribió poesía desde la adolescencia, nunca se preocupó por publicar. Al morir, la viuda le entregó a su amigo Félix della Paolera varias cajas repletas de intrincados originales.

Della Paolera, Pedro Mairal, Alejandro Crotto, Enriqueta Racedo y Marcos de Soldati prepararon esta antología, que contiene 27 poemas fechados desde 1957 a 1976, precedidos por una nota preliminar de Della Paolera y seguidos de un apéndice donde se incluyen observaciones del propio Mermet sobre sus textos y se informa que algunas piezas incluidas son sólo fragmentos de poemas más largos, además de transcribirse un prólogo de Borges a una breve selección de 1980.

Mermet siente menos interés por el ser en sí de sus objetos poéticos que por la emoción que le causan. Cuando escribe, trata de infundir mágicamente en sus lectores esa misma emoción, por la vía de ser tan impreciso e inflado como este rasgo del espíritu humano. Della Paolera arriesga en su nota que Mermet tenía una “vocación materialista”. Mermet en realidad era animista: sentía en todas las cosas el aliento de un alma, demasiado parecida a la suya propia.

Mermet es uno de esos poetas que por sistema elevan cada elemento del mundo a no se sabe qué alto y vagoroso cielo, para sólo así cantarlo. Un ejemplo: “Arremangado y franco muestra manos puras,/ se inclina, mira al cielo, con creyente coraje/ hunde el brazo hasta el codo, / en hondo Sur portátil, busca/ en agresiva nieve/ que terso clima exhala…” Reparemos en que está hablando de un heladero. Se entronca vigorosamente en la tradición romántica, es decir, en la recepción argentina del romanticismo, que produjo una miríada de voces débiles y huecas, desde Echeverría hasta Víctor Redondo.

Con Mermet, lo primero que se le ocurre a uno es compararlo con Emily Dickinson. La comparación es tan automática como absurda, porque los resultados de similar timidez no son equiparables.

Tal vez no sea muy justo haberse tomado el trabajo que él no quiso tomarse y exponer al público unos poemas que, en la poesía argentina, sólo tienen sentido como documentos psicológicos.