Friday, October 07, 2005

Un amigo dilecto

Abraham Botbol es un amigo de Mermet que cursó con él el Bachillerato en el Colegio Nacional "Simón de Irondo", en Santa Fe, en 1940. Nos dio esta foto de Mermet y el siguiente texto.





CÉSAR MERMET: UN AMIGO DILECTO



Disponerme a hablar de César Mermet, 60 años después de haber perdido todo contacto con él, habiéndolo buscado sin encontrarlo en todas las oportunidades en que me propuse hallarlo genera en mí encontradas emociones: alegría por, al fin, haber topado una huella que me condujo al reencuentro, aunque ese reencuentro me revelara que César había dejado de existir en este mundo hace 27 años. ¿Dejó realmente de existir o está comenzando a estar más presente que nunca desde ahora?; evocación reminiscente de esa época en que fuimos amigos y la característica peculiar de esa amistad; ansiedad por saber que departiré con alguien inquietudes y sentimientos comunes sobre su persona.


Cuando hace unos pocos días, en Mar del Plata, intentando atenuar el tiempo que restaba hasta la hora de tomar el tren de regreso a Buenos Aires en una tarde destemplada y lluviosa, me metí en una librería con la intención de revolver libros en la mesa de saldos hasta encontrar algo potable para deglutir durante las horas del viaje, tuve el sobresalto de ver impreso en la tapa de una revista el nombre de César Mermet entre los de otros notables. Abalanzarme, tomar la revista en mis manos aferrándome a ella como si temiera que me la arrebataran y perderla fue todo uno. Busqué en el índice, leí el título del artículo, vi la foto y lo reconocí pese a que la figura era distinta a la que yo conservaba de él. Devoré de parado el artículo, pagué su precio y llevé la revista conmigo como un preciado tesoro perdido y recuperado. Al llegar a Buenos Aires, lo primero que hice fue seguir la pista de los autores y todos los datos que la revista ofrecía a mi alcance. Así llegué al momento presente cuya descripción todavía no me es posible completar.


¿Quién era César Mermet? ¿Cómo lo conocí? ¿Qué pasó entre nosotros? He aquí el relato:


Corría el año 1940. Él y yo cursábamos el 4º año del Bachillerato. Por razones de orden alfabético de nuestros apellidos, yo revistaba en la división “A” y él en la división “C”, pero no fue óbice para que nos conociéramos, cuando al finalizar la jornada escolar, salíamos y recorríamos juntos el trayecto hacia nuestros respectivos domicilios. El suyo distaba unas 6 cuadras más alejado que el mío, de manera que al llegar yo, nos separábamos. Al día siguiente volveríamos a hacer el mismo recorrido y en esas 5 cuadras que separaban el Colegio de la casa, teníamos un jugoso encuentro, inolvidable para mí. Comenzaba él, contándome cuán afecto era a escribir poesías y a la lectura de poetas, y casi de inmediato, extraía un papel del bolsillo y me leía una poesía que acababa de escribir. Pero la mayor parte de las veces, desplegaba un libro y me invitaba a escuchar una o varias poesías que lo habían deslumbrado. Las leía con fruición, como saboreando cada frase, cada palabra, enfatizando algunas expresiones. Se detenía en algún momento para hacer un comentario o una acotación a la estrofa que acababa de leer. Su entusiasmo era para mí sorprendente y admirable. Así desfiló ante mí una gran cantidad de poetas que él, más que admirar los ensalzaba hasta el punto de la veneración. No puedo recordar todos sus nombres más que el de Oscar Wilde, de quien supe su existencia gracias a él, y el de un poeta uruguayo al que dedicó loas inimaginables: Julio Herrera y Reissig. De él, leía una estrofa, se detenía y comentaba: ¿Te das cuenta su estilo burilado, de lo alambicado de las figuras? Yo lo escuchaba extasiado y sorprendido. A mí no me llegaban ni el significado de esos términos ni el sentido metafórico de los mismos. En nuestros 16 años, él se encontraba inmerso en su poesía, ése era su mundo y no había otra cosa más para él que pudiera compartir conmigo. Yo me movía en otra órbita.


Corría el año 1940. Media Europa había caído en poder del nazismo y un peligro se cernía sobre el mundo. En la Argentina, Victoria Ocampo lideraba y presidía un movimiento de ayuda a los países aliados a través de lo que se llamó la “Junta Juvenil por la Libertad”. Los jóvenes vendíamos bonos de contribución de 0,20, 0,50 y $1.- y la colaboración era dirigida a Francia, Inglaterra, China o Rusia según la voluntad del contribuyente. ¿Habrá que adivinar que yo dedicaba todos mis esfuerzos para vender bonos para la URSS?


¡Qué campos tan disímiles por los que canalizábamos nuestra espiritualidad y nuestros ideales! César estaba muy lejos de los andariveles por los que yo transitaba mi adolescencia. Sin embargo, la admiración que por él yo sentía acrecentaba mi respeto y sin renegar de lo que para él era el lei motiv de su vida, lo escuchaba con atención, con interés y con la convicción de que estaba aprendiendo y adentrándome en un campo y una disciplina que significaba un valioso aporte a mi incipiente cultura. Hoy conservo agradecido todo lo que me enseñó, aunque no estaba en su ánimo ninguna intención docente, sino la satisfacción de haber encontrado en mi persona un depositario para su catarsis poética.


Muchas tardes volvía a buscarme a mi casa, me preguntaba si tenía tiempo para escucharlo porque quería leerme un libro de poesías que había caído en sus manos y lo había subyugado. Él sabía que yo era terreno fértil donde podía volcar toda su pasión por el arte poético. Yo no lo defraudaría. Siempre lo escuchaba con asombro pero maravillado de su genio poético y de su erudición.


Este último término –erudición- me lleva a comentar las características de César como alumno de la escuela secundaria. Era lo que se dice un mal alumno. Era un alumno de los que pasan raspando con el mínimo indispensable para no repetir el año. No sé cómo llegó a 4º año. No sé si terminó el ciclo secundario completo. ¿Se imaginan a César Mermet preocupado por estudiar la lección de Química, Física, Álgebra o Minerología? Así eran las notas de su boletín de calificaciones. Una anécdota lo pinta de cuerpo entero.


La promoción de cada materia se lograba promediando las notas de los 4 bimestres con el promedio de las notas de dos exámenes cuatrimestrales escritos. La eximición del examen final era con siete puntos. Teníamos un examen cuatrimestral de Geografía. El tema era: Fitogeografía de América del Sur. Como es de suponer, César no había abierto el libro de texto ni por equivocación. Llegó el día del examen y César, en dos horas llenó ocho carillas, tamaño oficio. Entregó la prueba y ya fuera del aula me comentó algunos párrafos de su exposición. Había compuesto una hermosa pieza literaria, mezcla de prosa y poesía, en la que se refería a la belleza de las flores, la magnificencia del bosque, el esplendor de las plantas, la devoción del hombre por la naturaleza y la vida del reino vegetal. En fin; nada de citar regiones donde se cultiva el maíz y otros cereales, ni de la riqueza maderera de tal o cual región del continente, ni de cifras de producción de cítricos o del café, etc, etc. El resultado del examen fue que obtuvo un cero como calificación y una suspensión y amonestación por falta de respeto a la mesa examinadora.

Ése era César Mermet. Mi amigo dilecto. Como yo lo fui de él.


Buenos Aires, octubre de 2005

Abraham Botbol