Sunday, October 09, 2005

A César Mermet

Por Ruth Fernández


Más que un amigo, un maestro de gran sensibilidad y talento creativo.

Poeta esencial. Su poema “La lluvia” es inspirado y grandioso. Amante del arte, de la ciencia, lector infatigable. Su personalidad tenía cumbres y abismos. Yo diría que era desmesurado, no tenía conciencia de ello.

Amaba profundamente a su mujer y a sus niños, aun cuando la cotidianeidad lo amedrentaba. Ponía siempre a su mujer como ejemplo de mujer y de madre. Escribía sin parar.

Hubiera sido un gran actor de la talla de un Orson Wells. Su voz tan profunda y de inflexiones múltiples excedía su profesión de locutor. Era humanista, poeta, escritor, locutor; en ese orden.

Lo conocí haciendo el Noticiero del 7. Tuvimos largas conversaciones en la que se perdía la noción del tiempo. Sus temas eran infinitos: poesía, ciencia, espacio tiempo, arte, física cuántica, ocultismo, filosofía. Sus conocimientos era profundos y su charla verborrágica, elegante, sin ostentación, tenía el dominio de la palabra que tanto admiro. Y, lúcida, la expresión justa, delicada, espartana, podía ser finamente hiriente si se lo proponía.

Nuestra amistad duró muchos años, fue consistente y verdadera, platónica, embebida por un mutuo respeto y admiración.

Era un humanista, un filósofo, un pensador en busca de la belleza, de lo perdurable.

De una generosidad desbordante, alardeaba de no saber leer o escribir un cheque común, pero podía llevar adelante mágicas aventuras del pensamiento.
Hubiera querido ayudar a cuanto ser viviente lo necesitaba y su infinita gama poética quizá no es demasiado conocida.

Siempre volaba alto y no comprendía las mezquindades, no era fácil entenderlo porque su vuelo era “de esa altura”.

Le indignaban las injusticias y tenía una natural aristocracia del alma que no he vuelto a encontrar.

Pienso que su gran amigo querido fue Félix della Paolera que siempre estaba presente en nuestras conversaciones. Es quien seguramente pudo disfrutar de su dimensión espiritual tan fuera de lo común y casi imposible de evaluar.

Los que lo conocimos no lo olvidaremos nunca, ¡tan imponente y tan vulnerable!

Gracias por el enriquecimiento que nos legaste. No podríamos olvidarte.